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Thursday, March 27, 2008

Sequía e incendios forestales

El otro día leí un artículo muy interesante en la revista National Geographic, titulado "Drying of the West", sobre la sequía que afecta a los estados del suroeste de los EEUU (California, Nevada, Arizona, Utah, Colorado y Nuevo México). Hay bastantes aspectos que me gustaría comentar sobre ese artículo, referentes a la gestión del agua en esa zona, y quizá en futuros posts lo haga, puesto que recuerdan a la situación que vivimos en el sur de España y en particular en la cuenca del Segura. Pero eso será otro día.


En este post me voy a centrar en los incendios forestales causados por la sequía, en el caso del citado artículo por la disminución de las lluvias y nevadas en las Montañas Rocosas, de donde manan espléndidos ríos que van a para al Océano Pacífico, entre ellos el Río Colorado, famoso por su Gran Cañón. Aquí os pongo el fragmento en el que se habla de los incendios, sobre el que quiero reflexionar.

The fires are not only more frequent; they are also hotter and more damaging
—though not entirely because of climate change. According to Tom Swetnam, director of the University of Arizona tree-ring lab, the root cause is the government's policy, adopted early in the 20th century, of trying to extinguish all wildfires. By studying sections cut from dead, thousand-year-old giant sequoias in the Sierra Nevada and from ponderosa pines all over Arizona and New Mexico, Swetnam discovered that most southwestern forests have always burned often—but at low intensity, with flames just a few feet high that raced through the grasses and the needles on the forest floor. The typical tree bears the marks of many such events, black scars where flames ate through the bark and perhaps even took a deep wedge out of the tree, but left it alive to heal its wound with new growth. Suppressing those natural fires has produced denser forests, with flammable litter piled up on the floor, and thickets of shrubs and young trees that act as fire ladders. When fires start now, they don't stay on the ground—they shoot up those ladders to the crowns of the trees. They blow thousand-acre holes in the forest and send mushroom clouds into the air.

(Lee el artículo completo aquí)

Como véis, extinguir todos los incendios forestales es una práctica habitual en muchos otros países además del nuestro.
Incendio forestal = Destrucción del ecosistema = Pérdida de biodiversidad (flora y fauna) = Erosión del suelo = Riesgo de desertización = Más cambio Climático, parece ser nuestra línea de razonamiento ante estos eventos, y de ahí que nos parezca acertada la política de "extínguirlos siempre, como sea, cuanto antes" para evitar males mayores.

Sin embargo, como menciona el párrafo anterior (y como siempre sucede), la acción humana que trata de evitar que la naturaleza siga sus propios cauces provoca un desequilibrio en el ecosistema, que a largo plazo, tiene consecuencias ostensiblemente más graves en el ecosistema. Los bosques han estado ahí mucho antes que nosotros, sin que hubiese nadie para extinguirlos, sino el curso de la propia naturaleza (lluvias, orografía del terreno, etc.).

Antes de la intervención humana, el bosque se autorregulaba a sí mismo gracias a los incendios, que "limpiaban" de vez en cuando los arbustos y hierbas secas que crecen a poca altura y arden con facilidad. Así, el fuego se propagaba rápidamente por debajo de las copas, a baja intensidad, permitiendo que muchos árboles sobreviviesen al fuego, de forma que el terreno no fuese completamente arrasado por las llamas. La vegetación superviviente evita la erosión y da pie a una regeneración relativamente rápida del ecosistema, que completa el ciclo de vida de los bosques.

Con nuestra intervención en la extinción de los pequeños incendios, el equilibrio natural del ecosistema se rompe. Al suprimir esos incendios de baja intensidad causados de forma natural, el bosque se vuelve más denso, con montones de vegetación seca, ramas y hojas caídas que, cuando se vuelve a producir un incendio, tienen un efecto de "escalera", haciendo que las llamas se propaguen hasta las copas de los árboles y no sólo a nivel del suelo. El resultado son brutales incendios que arrasan literalmente el terreno sin dejar supervivientes. Nuestra intervención hace que el ecosistema, si logra recuperarse, tarde décadas sino siglos en recuperar el estado que tenía antes del fuego.

La reflexión que hago con este post es que los ecosistemas están en equilibrio con otras fuerzas como el fuego o el viento, y que en su conjunto forman un todo, un sistema que se regula y protege a sí mismo. Por tanto, una política de extinción de todos los incendios no contribuye a una mejor conservación de nuestro entorno, sino que en realidad lo debilita a largo plazo, lo hace más frágil y vulnerable, rompiendo el equilibrio natural.

Obviamente, la mano del hombre no está sólo detrás de la manguera, sino también detrás de la colilla, la barbacoa o, peor aún, la lata de gasolina. Cuando los incendios se vuelven demasiado frecuentes debido a la acción del hombre, los bosques literalmente no tienen tiempo a recuperarse de uno para otro. De los 9.106 incendios de más de una hectárea acaecidos en España en 2005, el 80% fueron causados por la acción del hombre (dato extraído de aquí). Desde luego, con esa premisa, el admirable trabajo de los bomberos y otros grupos de extinción de incendios está más que justificado en estos casos. La gran causa de la alteración del equilibrio natural no está entonces en la extinción del fuego sino en su origen.

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